Priscilla: Entre luces y sombras

 

Por María Paula Ríos

Sofia Coppola vuelve a la pantalla grande con un nuevo desafío, de esos que tanto le gusta: nada menos que una biopic de Priscilla Ann Beaulieu Wagner, la mujer del rey del rock, Elvis Presley. No se podía esperar menos después de retratar con glamour crítico los excesos de María Antonieta. Su enfoque en las relaciones humanas, la soledad, la feminidad y la belleza visual, siguen siendo un rasgo distintivo. La minuciosa recreación de época, la composición de cada plano en su detalle, la paleta de colores suave y elegante, crean una atmósfera cautivante.

La película indaga la soledad y el aislamiento emocional de esta niña mujer, que, embelesada, lucha por encontrar un lugar en un mundo dominado por hombres, rodeado de exuberancias, brillos y fama. Ella está subyugada por el halo que rodea el mito más que por el propio Elvis, quien la trata como un objeto delicado de su propiedad. Si bien las interpretaciones son precisas, por momentos esa narrativa pausada y contemplativa que estimula Sofia Coppola en sus películas para que las emociones hablen por sí mismas, aquí se siente. Por momentos, el tempo es demasiado moroso. 

Estamos ante la historia de una mujer que trasciende las luces del escenario para revelar lo bueno y lo malo de un amor legendario. Priscilla, delicada y frágil, pero con una gran fuerza interior, nos muestra su evolución, sus ansias por encontrar su voz. Un romance que florece, pero también que se desvanece en el tiempo. Coppola nos invita a explorar sus rincones más íntimos, nos invita a reflexionar sobre el amor, la fama y el precio de ser recordado para siempre.

 

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